Gran parte del éxito cosechado por el Ejército Rojo en numerosas batallas de la Segunda Guerra Mundial está ligado a Cherliábinsk, una ciudad escondida en el corazón de los Montes Urales y prácticamente desconocida para los occidentales.
Así, mientras el Ejército Rojo luchaba contra la invasión nazi, más de 40.000 obreros trabajaban en esta ciudad para construir los vehículos acorazados con los que sus soldados luchaban contra el enemigo.
Tal y como podemos leer en el blog «Historias inútiles», a finales de los años 20 esta ciudad, por la que discurre el ferrocarril Transiberiano, fue escogida para acoger una gran fábrica de tractores que generó un gran crecimiento en la localidad.
Aprovechando las industrias ya existentes, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial el gobierno soviético decidió construir unas enormes instalaciones para la producción de armamento, entre ellos los modelos de tanque KV-1 y T-34 y los lanzadores de cohetes “Katyusha”. Debido a ello, Cherliábinsk se ganó muy pronto el apelativo popular de “Tankogrado”, la ciudad de los tanques.
Según algunos historiadores, el papel de esta desconocida ciudad fue crucial para el desarrollo de la guerra, ya que su industria fue uno de los principales responsables de que la URSS adquiriera una capacidad de combate gigantesca a través de los carros de combate. Lennart Samuelson, experto en la historia de esta localidad, asegura que en 1942 produjo más de 3.600 tanques.
El aura de misterio de Cherliábinsk se vio incrementada a partir de los años 40, cuando el gobierno soviético comenzó a desarrollar investigaciones nucleares secretas en la zona, en las instalaciones de Chelyabinsk-70. Además, un grave accidente nuclear ocurrido en 1957 a unos 150 kilómetros al noroeste de la ciudad causó un número indeterminado de muertes en la región y provocó el cierre de la provincia a los extranjeros hasta 1992. A consecuencia de ello, el aura de ciudad secreta soviética de “Tankogrado” aumentó hasta límites insospechados.