Comandantes
El Eje
Unión Soviética: Friedrich Paulus Vassili Chuikov, Erich von Manstein Aleksander Vasilyevsky, Hermann Hoth Gregori Zhukov, Petre Dumistrescu Semyon Timoshenko, Constantin Constantinescu Konstantin Rokossovsky, Italo Garibaldi Rodion Malinovsky, Gusztav Jany Andrei Yeremeneko
Soldados
EL EJE
Sexto Ejército Alemán (600.000 hombres)
Cuarto Ejército Panzer
Tercer Ejército Rumano
Cuarto Ejército Rumano
Segundo Ejército Húngaro
Octavo Ejército Italiano
UNION SOVIETICA
1 millón 700.000 hombres en total, repartidos por el Frente de Stalingrado, el Frente del Don y el Frente Suroeste
Bajas
EL EJE:
740.000 muertos y heridos
110.000 prisioneros de guerra
UNION SOVIETICA:
750.000 muertos, heridos y prisioneros
Más de un millón de civiles de Stalingrado muertos
Soldados y civiles pagaron la paranoia de sus dirigentes, mas preocupados de cómo quedaría su nombre en la historia que de la vida de sus soldados. Hitler no quiso en ningún momento considerar la más mínima posibilidad de retirada, aunque todo indicara que era lo más acertado en cierto momento de la batalla. Tal empecinamiento hizo que a principios de noviembre de 1942 el VI Ejército al mando de Friedrich Paulus estuviera prácticamente sentenciado a la aniquilación, de una manera o de otra. Si seguía las ordenes de Hitler debería resistir hasta que cayera el ultimo hombre (lo cual es una solemne estupidez, dicha normalmente por oficiales que están a cientos de kilómetros de tal situación)
La otra alternativa era caer prisioneros de los rusos, cosa que no resultaba demasiado esperanzadora para ningún soldado alemán en el frente del este, dado el cruento desarrollo de le campaña de Rusia.
Los soldados rusos no tenían mejor panorama, temían tanto al enemigo como a sus propios oficiales, tan dados al “fusilamiento por cobardía ante el enemigo” para mantener la motivación de la tropa. La vida del soldado ruso preocupaba poco a sus mandos, lanzados en asaltos frontales y en tácticas de “uno por uno” eran masacrados a veces en operaciones de dudosa eficacia solo para ir desgastando al enemigo poco a poco o ganar unas decenas de metros a costa de cientos de bajas.
Las cifras de bajas de la batalla de Stalingrado son apabullantes. En el momento mas duro de la batalla las perdidas llegaron a ser de 4000 muertos diarios y no se donde leí una vez que la vida media de un zapador ruso en combate era de un minuto y medio. 250000 soldados del VI Ejército quedaron cercados en Stalingrado. Al final de la batalla fueron hechos 90000 prisioneros de los que solo 5000 volverían a casa. Para el ejercito ruso las perdidas no fueron nimias, mas de 800000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros.
La población civil de Stalingrado fue la que mas sufrió, atrapada en medio de los dos ejércitos sufrió más de un millón de muertos a causa de los combates, el frío y el hambre y sin posibilidad de abandonar la ciudad.
Hoy en día, a punto de cumplirse 64 años del final de aquella matanza lo único que podemos hacer es imaginar lo que debió padecer todo aquel que hubiera vivido aquella situación y compadecerlo por tanto sufrimiento inútil, y por supuesto no olvidarlo…para no volver a repetirlo.
Fiedrich Paulus
Generalleutnant Schmidt
jefe del estado mayor de Paulus
La otra alternativa era caer prisioneros de los rusos, cosa que no resultaba demasiado esperanzadora para ningún soldado alemán en el frente del este, dado el cruento desarrollo de le campaña de Rusia.
Los soldados rusos no tenían mejor panorama, temían tanto al enemigo como a sus propios oficiales, tan dados al “fusilamiento por cobardía ante el enemigo” para mantener la motivación de la tropa. La vida del soldado ruso preocupaba poco a sus mandos, lanzados en asaltos frontales y en tácticas de “uno por uno” eran masacrados a veces en operaciones de dudosa eficacia solo para ir desgastando al enemigo poco a poco o ganar unas decenas de metros a costa de cientos de bajas.
Las cifras de bajas de la batalla de Stalingrado son apabullantes. En el momento mas duro de la batalla las perdidas llegaron a ser de 4000 muertos diarios y no se donde leí una vez que la vida media de un zapador ruso en combate era de un minuto y medio. 250000 soldados del VI Ejército quedaron cercados en Stalingrado. Al final de la batalla fueron hechos 90000 prisioneros de los que solo 5000 volverían a casa. Para el ejercito ruso las perdidas no fueron nimias, mas de 800000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros.
La población civil de Stalingrado fue la que mas sufrió, atrapada en medio de los dos ejércitos sufrió más de un millón de muertos a causa de los combates, el frío y el hambre y sin posibilidad de abandonar la ciudad.
Hoy en día, a punto de cumplirse 64 años del final de aquella matanza lo único que podemos hacer es imaginar lo que debió padecer todo aquel que hubiera vivido aquella situación y compadecerlo por tanto sufrimiento inútil, y por supuesto no olvidarlo…para no volver a repetirlo.
Fiedrich Paulus
Generalleutnant Schmidt
jefe del estado mayor de Paulus
Las emisoras de radio nazis dicen la verdad por primera vez el 12 de enero de 1943. Suenan las cuatro primeras notas de la 5ª Sinfonía de Beethoven, las cuatro trágicas notas de “la llamada del Destino”. Luego, la voz afligida del locutor anuncia la —para los alemanes— increíble noticia: los ejércitos del general Paulus han sido rodeados en Stalingrado. Pero, por entonces, en el frente ruso se estaba hablando ya de rendición. Una “bolsa” de varios centenares de miles de soldados alemanes, en pleno invierno ruso, sin alimentos y sin armamento suficiente, han pasado de ser asediantes a asediados.
“Al principio, Stalingrado sólo era para nosotros un nombre en el mapa”, había afirmado el mariscal alemán Ewald von Kleist al finalizar la guerra. Lo que no podían intuir los soldados alemanes era la derrota y el horror con que se saldaría la batalla decisiva de la campaña de Rusia.
El día de la rendición, el 31 de enero de 1943, amaneció con un cielo sereno y un ambiente glacial: el termómetro marcaba 40 C bajo cero. Friedrich Paulus, comandante del VI Ejército alemán rodeado por los soviéticos en Stalingrado, yacía sobre una colchoneta junto a los oficiales de su Estado Mayor. A través de las bocanadas de humo del cigarrillo aparecía su rostro de barba crecida que le daba un aspecto de derrota, mientras la radio probablemente emitía el concierto para piano y orquesta K. 467 de Mozart.
Paulus admiraba a este austriaco genial, del mismo modo que unos meses atrás había admirado a otro célebre austriaco: Adolf Hitler. Pero en esos momentos, cuando faltaban pocos minutos para que el joven oficial soviético Elcenko penetrase en su refugio y se hiciese inevitable la rendición, su fe en el Führer se había desvanecido. La inflexible postura de Hitler de no tolerar la rendición había llevado a decenas de miles de soldados alemanes a la muerte. Y Paulus y sus oficiales no se sentían responsables de las atrocidades cometidas.
Ya en el verano de 1941, el ejército del Tercer Reich había penetrado en la Rusia europea y se había encontrado con que una parte de la población colaboraba, bien porque creía que la victoria del ejército invasor era un hecho, bien por la necesidad de alimentar a los más allegados, o en definitiva porque había conocido el mal trato bajo el régimen de Stalin. No obstante, el Partido Comunista de la Unión Soviética llevó a cabo una activa propaganda haciendo públicos los desmanes nazis y alentando el patriotismo, con lo que la resistencia de los rusos se endureció y Stalin logró que la población se agrupara en torno suyo.
Hitler estaba convencido de que la campaña de Rusia iba a ser casi un paseo, pero el plan de los alemanes de 1941, con su ofensiva a lo largo del frente, no había acabado ni con el Ejército Rojo ni con Stalin. El fracaso de la guerra relámpago comprometía a Alemania a una guerra prolongada en la que tenía que enfrentarse a tres grandes potencias industriales, entre ellas Estados Unidos, y mantener la lucha en dos frentes.
Por su parte, Stalin temía por los puntales de la gran potencia económica rusa: los yacimientos petrolíferos de Maikop, Grozny y Bakú estaban conectados con los centros de distribución a través de cuatro rutas, tres de las cuales habían llegado a ser controladas por el enemigo. Sólo quedaba la ruta del Volga y, si ésta caía en manos alemanas, la economía soviética se derrumbaría y el Ejército Rojo quedaría paralizado.
El ejército alemán tenía que establecer un flanco defensivo para protegerse de cualquier contraataque soviético, teniendo en cuenta la extensa zona que era necesario cubrir. Y el lugar perfecto para asentar el extremo oriental del flanco defensivo era Stalingrado.
El plan de operaciones fue presentado por el general Franz Halder, jefe del Estado Mayor del Cuartel General, y bautizado con la clave “Fail blau” (Ocaso Azul). Hitler aceptó el plan, pero insistió en redactar personalmente la orden, que llevaba fecha de 5 de abril de 1942. El Führer escribía: “Es fundamentalmente necesario unir todas las fuerzas disponibles para realizar la operación principal en el sector sur, con el objetivo de destruir al enemigo al oeste del Don, para posteriormente capturar las regiones petrolíferas del Cáucaso y cruzar su cordillera”. Y, más adelante, añadía: “De todos modos, debe intentarse llegar a Stalingrado o, por lo menos, eliminarla de la lista de centros industriales y de comunicación, sometiéndola a la acción de nuestras armas pesadas”.
El frente ruso recibió fuerzas impresionantes para la operación: para el norte (a lo largo del Don) disponía del IV Ejército Panzer (general Hermann Hoth); el VI Ejército (general Paulus) para el sur; I Ejército Panzer (general Von Kleist) y el XVII Ejército (general Ruoff); el XI Ejército (general Von Manstein) también estaría disponible una vez hubiera terminado las operaciones en Crimea y capturado la fortaleza de Sebastopol; finalmente, las fuerzas satélites estarían formadas por los ejércitos III y IV rumano, VIII italiano y II húngaro. En fin, las fuerzas totales alcanzarían la cifra de 89 divisiones, nueve de ellas acorazadas y todas ellas bajo el mando supremo del mariscal de campo Von Bock.
El ejército soviético estaba en inferioridad de condiciones excepto en lo que se refiere a carros de combate. Tanto la captura alemana de Crimea como el desastre de Barbenkovo habían significado una merma importante en hombres y armas.
El 23 de julio de 1942, Hitler había dado orden de conquistar simultáneamente el Volga y el Cáucaso, para luego marchar sobre Stalingrado, ciudad-símbolo que contaba con unos 600.000 habitantes y cuya actividad principal era la industria. Era, pues, difícil que el Ejército Rojo se dejase arrebatar esta ciudad. Prueba de ello es el celo con que se realizaron los cambios para organizar su defensa: las fuerzas del frente sur-oeste debían quedar absorbidas en el frente de Stalingrado, cuya formación se estaba llevando a cabo con los ejércitos de reserva del Stavka (Cuartel General). Este frente había quedado constituido el 12 de julio bajo el mando, al principio, del mariscal S. K. Timoshenko y, días más tarde, del general Gordov.
A partir del 17 de julio se empiezan a producir diversas escaramuzas y el 23 tiene lugar un ataque tan importante como mal dirigido. Al mismo tiempo, los alemanes penetraban por el sur, con lo que el Stavka daba órdenes a Gorlov en el sentido de reforzar las defensas meridionales. Como consecuencia, el frente de Stalingrado llegó a tener una longitud de 700 km, con las dificultades que ello comportaba.
Ante éstos y posteriores ataques, Stalin piensa en la necesidad de crear un nuevo frente en el sudeste, a cuyo mando colocará a Yeremenko, célebre estratega a quien se encomienda la detención de la ofensiva alemana. Mientras organiza un Cuartel General en Stalingrado, las tropas alemanas consiguen aproximarse a 30 km de la ciudad. El pánico hace presa en la ciudad del Volga y se hace necesario tomar medidas muy severas para apartar a la población civil de las carreteras, donde es muy intenso el tráfico militar. Se improvisan fuerzas a base de carros de combate, cañones anticarro y lanzacohetes Katyuska, que son enviados a enfrentarse con las tropas de Hoth en Abganerovo. Después de una sangrienta lucha, Yeremenko logró que Hoth desistiese de penetrar por el sur.
Ante la gravedad de la situación, Yeremenko es nombrado comandante supremo de los frentes de Stalingrado y del sudeste, debido a la dificultad de coordinación entre los jefes de ambos frentes; mientras, los alemanes ya han fijado el 25 de agosto como fecha límite para conquistar la ciudad. El día 23 debía comenzar la ofensiva desde el norte, el oeste y el sur.
En el momento convenido, las fuerzas de Hube emprendieron la marcha, arrollando las defensas soviéticas; y, por la noche, la ciudad ardía bajo el impacto de los ataques de la IV Flota Aérea. Incluso las mujeres trabajadoras habían improvisado la defensa, mientras Kruschev ofrecía a Yeremenko el servicio de las organizaciones del Partido y de las formaciones obreras; pero el empuje de las botas alemanas era arrollador. A la mañana siguiente, Stalingrado ofrecía un espectáculo dantesco: cientos de edificios en ruinas y millares de ciudadanos muertos. En los días sucesivos continuarán los ataques aéreos, con lo que se dificultará cada vez más la llegada de los transbordadores del Volga —cargados de suministros—, que en varias ocasiones saltarán por los aires.
Ante la gravedad de los acontecimientos, Stalin envió un mensaje al general Georgij K. Zukov, en los siguientes términos: «La situación en Stalingrado está empeorando. El enemigo se encuentra a unos 3 km de Stalingrado. Stalingrado puede caer hoy o mañana si el grupo norte de las fuerzas no le presta ayuda inmediata».
Se intentó organizar algún tipo de línea de defensa en el contorno de Stalingrado, a cuyo mando se colocó a Chuykov en sustitución de Lopetin, que había abandonado el campo de batalla con la moral desmoronada. Chuykov creía que el éxito de los alemanes radicaba en una buena coordinación de aviones, carros e infantería más que en una buena calidad de éstos. Por tanto, se trataba de minar dicha coordinación y de aplicar la lucha cuerpo a cuerpo, que tanta aversión provocaba en los alemanes.
Para poner en práctica sus planes, Chuykov solicitó y consiguió diez divisiones de infantería, dos cuerpos acorazados y ocho brigadas acorazadas.
Chuykov había planeado el ataque para el 14 de septiembre, pero los alemanes se adelantaron hasta llegar a la zona central de Stalingrado. La máxima preocupación radicaba en el peligro de que los alemanes capturaran la plataforma central de desembarque, con lo que los soviéticos no recibirían los refuerzos que habían solicitado. Varios carros fueron a bloquear las calles que conducían desde la estación del ferrocarril hasta la plataforma de desembarco. Durante toda aquella noche, el Cuartel General del LXII Ejército se mantuvo trabajando y transportando a los refuerzos, aunque no todos los hombres pudieron atravesar el Volga.
La actividad del día siguiente se caracterizó por la insistente disputa por el dominio del Mamayev Kurgan, montículo que dominaba todo el centro de la ciudad. Su valor estratégico lo convirtió en apetecible por ambos mandos; y, debido a la gran cantidad de proyectiles y bombas que recibió, la colina no viola nieve durante aquel invierno.
El bando soviético había perdido muchos hombres; pero algunos soldados aislados o en pequeños grupos continuaban la lucha, asumiendo así las palabras de Chuykov: «Todo alemán debe sentirse como si viviera bajo la amenaza del cañón de un arma rusa».
Pero los alemanes ya habían hecho caer Kuporosnoye, al sur de la ciudad, permitiéndoles una salida al Volga y el aislamiento del LXII Ejército soviético. Yeremenko, en su desesperación, lanzó un ataque el 19 de septiembre con el objetivo de abrirse camino a través de las defensas alemanas y de establecer contacto con el LXII Ejército, pero el ataque fue un fracaso.
Mientras se luchaba febrilmente en las ruinas de Stalingrado, Hitler en su Cuartel General empezó a destituir cargos alegando ineficiencia. Zeitzler pasó a dirigir el Alto Estado Mayor, pero Von Paulus estaba convencido de poder arrebatarle el cargo si lograba capturar Stalingrado.
Pero el Estado Mayor soviético había rectificado los planes: ahora se trataba de dejar aislados al VI Ejército y al IV Ejército Panzer alemanes, evitando una batalla de agotamiento, mientras se enviaban divisiones para reforzar el LXII Ejército soviético y otras al norte de la curva del Don.
El éxito del plan soviético dependía de la estimación de que el poder de los alemanes iba en descenso y que no debían disponer de fuerzas para hacer frente a la ofensiva y, además, de la eficacia del LXII y LXIV Ejércitos para mantener en la lucha a las fuerzas germanas en la zona de Stalingrado.
El 4 de octubre, Paulus lanzó su más fuerte ataque en la zona norte, ante la esperanza del ascenso y el miedo al invierno. Los avances y retrocesos en la batalla se medían por metros; la mayoría de los combates tenían lugar junto a los edificios en ruinas.
El día 6 de octubre fue un día tranquilo, lo que hizo pensar a Yeremenko en un posible debilitamiento alemán. Se planeó un contraataque para el día siguiente, que, con la inesperada ayuda de los Katyuska, desembocó en la destrucción de cuatro batallones alemanes.
Tras varios días de tregua, el 13 de octubre Paulus lanzó 5 divisiones
—dos de ellas Panzer— contra la fábrica de tractores y la fábrica «Barricadas». A lo largo de la jornada, la lucha fue confusa y, al caer la noche, los alemanes tenían prácticamente en sus manos la fábrica de tractores. En torno a sus muros yacían tres mil alemanes muertos, así como centenares de rusos.
En los últimos días, los rusos habían perdido muchos hombres, pero las pérdidas de los alemanes eran tan elevadas que la ofensiva de Paulus quedó paralizada por falta de soldados. No podía esperar refuerzos, y los soviéticos no habían agotado sus recursos. A pesar de las dificultades, hacia los últimos días de octubre Paulus ocupaba el 90 % de la ciudad, mientras el 10 % restante, en manos soviéticas, estaba bajo su fuego. Los hombres de Chuykov sólo ocupaban el Mamayev Kurgan, unos pocos edificios y un estrecho pasillo sobre la orilla del Volga. A pesar de su debilidad, los rusos lograron mantener sus posiciones, mientras los ataques alemanes eran, en los días sucesivos, cada vez más débiles.
El invierno estaba a punto de llegar y la guerra de agotamiento del verano había dejado a la Wehrmacht mal preparada para enfrentarse a él. Entre tanto, Zhukov ha elaborado un plan de contraataque se trata de concentrar sus carros, cañones y aviones contra las fuerzas rumanas situadas a ambos lados de los ejércitos VI y IV Panzer (en el Don y al oeste de los lagos situados al sur de Stalingrado). Las fuerzas en estos momentos estaban muy igualadas, tanto en hombres como en armamento.
Ya empezaban a caer las primeras nieves cuando la 22. División Panzer recibió órdenes de desplazarse. De sus 104 carros, 65 no se pudieron poner en marcha.
Chuykov también se encontró con un problema: el hielo del Volga. Debido al gran cauce del río y su situación meridional, a veces tarda meses en quedar completamente helado, y sólo cuando está helado del todo permite el tráfico rodado o a pie sobre las aguas solidificadas. Pero, en aquel momento, la gran masa de hielo se encontraba en movimiento hacia el sur, y Chuykov temía que Paulus lanzase otra ofensiva durante el periodo en que el LXII Ejercito Soviético no podría utilizar sus rutas de suministro y, por consiguiente, ya había dado ordenes para almacenar municiones, alimentos y ropa de abrigo.
A las 6.30 horas del 11 de noviembre, Von Paulus inició su último intento para capturar Stalingrado, utilizando para ello 7 divisiones. Las tropas de Chuykov opusieron resistencia y el aislado grupo Norte bajo el mando del coronel Gorokhov intentó aligerar la presión lanzando un contraataque que desde el puente del ferrocarril se dirigía hacia la fábrica de tractores.
Después de varias horas de sangrienta lucha cuerpo a cuerpo, Paulus lanzó al ataque a su reserva táctica para llegar hasta el Volga a la altura de la planta de «Octubre Rojo». Sin embargo, en esta ocasión el LXII Ejército soviético no sentía la tensión de los días anteriores, porque los rusos estaban convencidos de que se trataba del último intento de Paulus. Aunque la lucha seguía siendo dura, el apoyo de la Luftwaffe carecía de la fuerza que había tenido en octubre y el número de hombres se había reducido a un tercio.
Durante la tarde del día 12 de noviembre, el ataque alemán comenzó a desvanecerse. El LXII Ejército soviético inició un contraataque bloque por bloque, casa por casa. La lucha empezaba a cambiar de sentido.
La madrugada del 19 de noviembre se caracterizó por el inicio del ataque de Yeremenko hacia Kalach, ciudad situada al oeste de Stalingrado, junto al río Don. Las fases del ataque consistirían en dirigirse hacia la retaguardia del VI Ejército alemán y, después de abrir una brecha, lanzar una ofensiva contra Sovetsky, desde donde se alcanzaría Kalach. La finalidad de esta operación era formar el anillo envolvente en el que quedaría atrapado el grueso de las fuerzas alemanas. También se preparaba una ofensiva contra el sector norte, al mando de la cual figuraba el propio Zhukov. Las fuerzas alemanas tenían sospechas del golpe que se preparaba a lo largo del flanco norte, pero el ataque de Yeremenko al sur de Stalingrado les cogió completamente por sorpresa.
Los acontecimientos se desarrollaban con suma rapidez. El frente rumano se había derrumbado y las fuerzas soviéticas de choque se desplegaban a ambas orillas del Don. Además, la consecución de un sólido anillo de cerco requería salvar el obstáculo que representaban las heladas aguas superficiales del Volga que probablemente no soportarían el peso de los carros y de la artillería pesada. La única posibilidad era, pues, la toma del puente de Kalach antes de que los alemanes lo volasen. Y se consiguió el objetivo después de que el teniente coronel G. N. Filippov y su hombres partieran de madrugada hacia el puente haciéndose pasar por alemanes.
Al principio, las reacciones alemanas ante el estado de cerco fueron diversas, aunque todos se mostraron de acuerdo en defender la retaguardia del ejército. Paulus había recibido órdenes según las cuales debía mantenerse en Stalingrado, en las posiciones a lo largo del Volga, y preparando un eventual repliegue. Sin embargo, antes de pensar en una retirada, era preciso resolver los problemas que entrañaba la escasez de combustible, municiones y alimentos. Von Paulus solicitó suministros por aire y carta blanca para abandonar el frente norte y Stalingrado en caso de considerarlo conveniente. Hitler prometió ayuda y fue tajante en cuanto al segundo aspecto: no sólo no se iba a realizar ninguna retirada, sino que todas las unidades del VI Ejército que estuvieran en la parte oeste del Don debían replegarse hacia el interior de la bolsa. La orden de Hitler finalizaba así: “Es necesario mantener a cualquier precio los actuales frentes del Volga y del norte. Llegan suministros por aire”.
El mariscal de campo Erich von Manstein, el conquistador de Crimea, había sido elegido por el Führer para dirigir las operaciones en el sector norte del frente de Stalingrado. Cuando Manstein llegó a su destino, el panorama no podía ser peor; ya no disponía de fuerzas. Tras múltiples peticiones al Cuartel General del Alto Mando, empezaron a llegar refuerzos los primeros días de diciembre.
Mientras Manstein iniciaba una ofensiva por el sudoeste —donde las fuerzas de Yeremenko no eran tan compactas—, las tropas rusas se habían lanzado hacia el norte con el objetivo de eliminar al VIII Ejército italiano.
Después de la ofensiva de los frentes sudoeste y Voronezh, los alemanes sólo tenían una alternativa: el ataque en línea recta. La única forma de salvar la operación consistía en que el VI Ejército cayera sobre la retaguardia de las fuerzas soviéticas en el Myshkovo.
El día 12 de diciembre, el general Hoth realizó un intento final lanzando más de sesenta de sus carros contra un regimiento del IT Ejército de la Guardia. Después de luchar varias horas, los carros de Hoth tuvieron que reconocer la superioridad del enemigo y retirarse.
El frío era cada vez más intenso en Stalingrado, con lo que se le solucionaba el problema de los suministros a Chuykov debido a la solidificación de las aguas del Volga. Durante aquel mes de diciembre, unos 80.000 hombres sitiados habían muerto a causa del frío, las heridas, el hambre o las enfermedades; no obstante, el resto continuaba luchando.
El Alto Mando soviético fijó el 10 de enero de 1943 como fecha para el inicio del ataque que pretendía someter al ejército enemigo; sin embargo, se ofreció a los alemanes la posibilidad de capitular, ante la argumentación del fracaso militar, de los horrores que estaban pasando los soldados alemanes, y con la promesa de alimentos y tratamiento médico. Pero Paulus no estaba dispuesto a rendirse, con lo que la en la mañana del 10 de enero, Stalingrado tembló bajo el impacto de las bombas y los proyectiles. A pesar de la tenaz resistencia de los alemanes, no cabía esperar que pudieran rechazar la embestida soviética.
El día 21, el aeródromo de Gumrak, hasta entonces bajo control alemán, cae en manos soviéticas, acción que iniciará la fase final de la «operación anillo». El frente del Don había alcanzado el centro de Stalingrado el día 25, lo que significaba la división de las fuerzas de Paulus en dos grupos.
A pesar de las órdenes en sentido contrario, algunos comandantes alemanes habían comenzado a negociar la rendición individual de las unidades bajo su mando.
Manstein, al ser consciente de lo terrible de la situación, realizó un último intento desesperado de convencer al Führer en el sentido de que aceptase la rendición. Pero el comunicado enviado por Hitler a Paulus era tajante: «Se prohíbe la rendición. El VI Ejército mantendrá sus posiciones en tanto le quede un hombre y una bala, y con su heroico comportamiento realizarán una inolvidable aportación al establecimiento de un frente defensivo y a la salvación del mundo occidental».
El día antes de la rendición, Paulus enviaba un mensaje desesperado a Hitler: «Nos estamos descomponiendo. Preveo la caída definitiva para mañana o pasado mañana». La caída será "mañana" para Paulus: el 31 de enero se rendirá y será hecho prisionero. Algunos grupos resistieron hasta el 2 de febrero, fecha en que capitularán definitivamente todas las unidades supervivientes del ejército alemán.
Ante estas noticias, Hitler explota de ira. Pocas horas antes había nombrado a Friedrich Paulus mariscal de campo y ahora conoce su rendición. Primer mariscal de campo prisionero de los soviéticos. Tras una sarta de insultos para el comandante de la plaza fuerte de Stalingrado, el Führer afirma: «Reconstruiremos inmediatamente el VI Ejército». Y lo reconstruirá, pero no podrá resucitar a los 200.000 muertos de Stalingrado y a la fe enterrada con ellos.
El fin trágico de la campaña de Stalingrado fue recordado en Alemania a lo largo de tres jornadas de luto nacional, y las palabras de Paulus adquirieron carácter de epitafio: «El VI Ejército mantuvo fielmente y hasta el último momento su juramento a Alemania y, consciente en todo instante de la importancia y la excelsitud de su misión, defendió sus posiciones hasta el último hombre y hasta la última bala por el Führer y el suelo patrio».
Se desconoce la cifra exacta de bajas que sufrió el Eje en la campaña de Rusia, pero se calcula en un millón quinientos mil el número de muertos, heridos, desaparecidos o prisioneros. De los 330.000 soldados cercados en Stalingrado, sólo 90.000 salieron por su pie después de la rendición. De ellos, unos 50.000 murieron a causa de una epidemia de tifus; y, del resto, muchos fallecieron en las marchas hacia los campos de concentración, situados, la mayoría, en Asia Central. De aquellos 90.000 que se rindieron, sólo 5.000 regresaron a sus casas al finalizar la guerra.
Para la Wehrmacht la campaña fue la más desastrosa de la guerra y de la historia militar alemana. El Mariscal de Campo Milch, calculó que se habían perdido 488 aviones de transporte y 1.000 miembros de las tripulaciones durante el "puente aéreo", sin contar las pérdidas de bombardero y cazas durante toda la campaña. El VI Ejército y el 4. Ejército Panzer, habían sido destruidos. Desde el inicio de la Operación Urano, habían muerto unos 60.000 hombres y cerca de 130.000 habían sido capturados, sin contar las bajas antes de la Operación Urano, la destrucción de cuatro ejércitos aliados (rumanos e italianos), la derrota de la Operación Tormenta de Invierno y las inflingidas por la Operación Pequeño Saturno. En total, las tropas de eje perdieron medio millón de hombres.
El Ejército Rojo sufrió 1.100.000 bajas durante la batalla de Stalingrado de los que 485.751 fueron muertos. Las perdidas en material fueron inmensas e incalculables.
Declaración de F. Paulus a un comandante de la IV Luftflotte
«No podemos ni siquiera replegar nuestras posiciones, ya que los hombres caen agotados. Es el cuarto día que no han recibido nada para comer. Qué podré responder, yo, comandante del Ejército, si un soldado viene a mí para decirme: mi coronel-general, un trocito de pan, por favor? Ya nos hemos comido los últimos caballos. ¿Se habría podido imaginar usted a los soldados precipitándose sobre un viejo cadáver de caballo para cortarle la cabeza y devorar su cerebro crudo? ¿Cómo continuar combatiendo con soldados que no tienen siquiera ropas de invierno? ¿Quién ha sido el hombre que tomó la responsabilidad de declarar que era posible asegurar un reavituallamiento aéreo?
(FUENTE: Hitler, chef de guerre,
Gert Bucheit, Librairie Arthaud.)
Mensajes alemanes el 13-I-1.943
Mensaje del puesto de mando de F. Paulus
«La combatividad de las tropas decae rápidamente, vista la situación en cuanto a víveres, carburante y municiones. Tenemos 16.000 heridos que no reciben absolutamente ningún cuidado. Aparte de los que están en el frente del Volga, los soldados no tienen posiciones adecuadas, ni refugios, ni madera para calentarse. Una vez más, pido libertad de acción para continuar resistiendo mientras sea posible o para abandonar la actividad militar si es imposible proseguir, ya que los heridos no pueden ser cuidados y la desmoralización total no se puede evitar. »
Respuesta del Alto Mando alemán
«Ni siquiera mencione la capitulación. Los ejércitos cumplirán su misión histórica, a fin de facilitar al máximo, con su feroz resistencia, la creación de un nuevo frente en Rostov y la retirada del grupo de ejércitos del Cáucaso.»
Fuente
Gerard Preminger - La batalla de Stalingrado
http://grieska.blogcindario.com/2007/01/00004-stalingrado.html